Centenario de Sixto Celorrio Guillén

Francisco Tobajas Gallego

            Sixto Celorrio falleció en Calatayud el 28 de junio de 1924. Al día siguiente se publicó su esquela en El Noticiero y Heraldo de Aragón. El cortejo saldría de la casa familiar, situada en la Plaza de Maura, hasta la iglesia de San Juan el Real, donde se celebraría la ceremonia a las diez de la mañana. Los funerales se celebrarían el día 30 a las diez y media.

            En la sesión del 30 de junio de 1924, celebrada por el Ayuntamiento de Calatayud, se comunicó al pleno el repentino fallecimiento de Sixto Celorrio, cuya gestión en cargos públicos que había ostentado, había sido beneficiosa para Calatayud. La corporación acordó que constara en acta el sentimiento por su pérdida y se comunicara el pésame a la familia.

Galería de Bilbilitanos ilustres

            El 2 de julio, José Rodao escribía unas coplas en La Libertad:

                        La guitarra está de luto

                        y cuando la tocan, llora;

                        que ha muerto Sixto Celorrio,

el poeta de las coplas.

Ha muerto Sixto Celorrio,

el baturro trovador,

que ponía en cada copla

toda el alma de Aragón.

            El 3 de julio, Heraldo de Aragón informaba que en la última sesión de la Comisión Provincial, se había acordado hacer constar en acta el sentimiento de la corporación, por el fallecimiento del expresidente de la Diputación, que envió una representación para asistir a sus funerales.

            El 5 de julio, Heraldo de Aragón publicó un artículo de Darío Pérez, titulado «La musa baturra», que dedicaba a Sixto Celorrio. Recordaba el día de su entierro, un día caluroso con el cielo limpio, el camino polvoriento, el campo verde, en todo su esplendor, el trillo en la era, los labradores encorvados en los judiares y el eco plañidero de la campana en la torre más próxima. El cortejo fúnebre, tirado por caballos con negros penachos, marchaba lentamente. Detrás le acompañaban los amigos, montados en una hilera de carruajes. Darío Pérez escribía que la Muerte acababa de matar un querer, el querer al país nativo. Y recordaba una copla de su amigo Celorrio.

                        Poniendo tierra por medio,

                        dicen que un querer se olvida;

                        pero hay querer que no muere,

                        si no está la tierra encima.

            Darío Pérez escribía que solo la tierra acogedora, podía matar el querer de Sixto Celorrio a Aragón, a su provincia, a su pueblo. Este querer había absorbido su vida cerebral y su vida sentimental, que lo había dominado, secuestrado, que lo había hecho su servidor y su víctima… Sixto Celorrio, que era político y poeta, influido por su querer, había dado a su tierra todo lo que había podido: talento, posición, tranquilidad y entusiasmo, además de su inspiración de poeta. Lo mejor de su musa, según Darío Pérez, había florecido en su baturrismo. Nadie le había superado en el cantar baturro y había demostrado que la jota no era una canción ruda o brutal. En sus cantares se recogía toda la escala, desde la pasión a la ternura, pasando por la sátira, la filosofía y la burla. Darío Pérez consideraba que el baturrismo de Sixto Celorrio merecía un estudio detenido.

Antiguo Mesón de La Dolores

            A estos quehaceres se había dedicado en las colecciones: A orillas del Jalón, Por mi pueblo, Camino de Zaragoza, En el Centenario de los Sitios o Desde la sierra de Vicor. Pero Sixto Celorrio, tan conocedor de la vida, sabía que no solamente la poesía  engrandecía a los pueblos. Por eso también se había dedicado a la actividad política. Darío Pérez escribía que Sixto Celorrio había entrado en política, con más dinero con que había salido de improviso. Había utilizado siempre su puesto para beneficiar a su país. Más de treinta años de servicio público, no le habían dejado lugar para servirse a sí mismo. Por eso Darío Pérez lo consideraba un romántico de la política. Lo demostraba el hecho que, al dividirse el Partido Liberal y sin ser andaluz, había quedado al lado de Alcalá Zamora.

            Como todos, Sixto Celorrio tampoco se había librado de enemigos, aunque nadie podía callar los servicios extraordinarios que había prestado a su tierra. Darío Pérez escribía: La gratitud es como la luz del día que declina pronto, pero el alma popular conserva el aroma de sus poetas. Cuando el surco trazado por el hombre político, servidor de su país, se ciegue y se borre, las rondas seguirán cantando los aciertos del poeta baturro. Tampoco olvidaba pasadas discusiones. A los que durante treinta años convivimos, padeciendo alguna borrasca que sirvió para dejar más limpio el cielo de la amistad, nos es muy difícil hablar y más costoso escribir. Entonces solo podía entonar una oración, como la que había llevado a sus labios aquella mañana de sol ardiente, con los campos entonando un himno a la vida inmortal, siguiendo el coche fúnebre que llevaba los restos de su querido amigo Sixto Celorrio.

            El homenaje a Sixto Celorrio, en el primer aniversario de su fallecimiento, también fue idea de Darío Pérez. La iniciativa fue recogida por el alcalde Antonio Bardají. Para ello se designó a una comisión que preparó los actos, invitando a autoridades, prensa, amigos y vecinos. Estaba compuesta por los directores de los dos periódicos locales, que editaron un número especial, Antonio Bardají, Cipriano Luis Aguilar y Francisco Lafuente. Aznar Navarro, desde las páginas de La Voz de Aragón, aplaudía el gesto de Calatayud, aunque le parecía poco. Consideraba que Aragón debía tomar una iniciativa más amplia.

            La Comisión Permanente de la Diputación Provincial, presidida por Antonio Lasierra, había acordado enviar a los diputados López Landa, Herrero, Caballero y Galindo. El Ateneo nombró para representarlo al presidente de la Sección de Literatura, Alberto Casañal.

Placa colocada en su casa natal. Hoy desaparecida. Se situaba en la Plaza de los Mesones, junto al Mesón de La Dolores.

            El sábado 27 de junio de 1925 tuvieron lugar los funerales en San Juan el Real, con asistencia de la corporación municipal, autoridades e invitados. A mediodía se habían reunido en la casa consistorial, las comisiones y representaciones llegadas a Calatayud para el homenaje. Allí se congregaron con el alcalde, depositario y concejales, los diputados provinciales, el arcipreste Vicente de la Fuente, Casañal, que representaba al Ateneo de Zaragoza, Julio López, exdiputado provincial, que representaba a Alcalá Zamora, el exdiputado Darío Pérez, el secretario de la Audiencia y los comisionados de los pueblos del Partido de Calatayud. La comitiva partió del ayuntamiento, precedida por los maceros y los ordenanzas de la Diputación Provincial, con uniforme de gala. En la plaza de los Mesones estaba colocada una lápida cubierta con un lienzo con los colores nacionales, sobre la fachada de la casa natal de Sixto Celorrio. Allí, el alcalde ofreció unas palabras. El homenaje quería ser sencillo, pues Celorrio había sido un hombre modesto. Había nacido en el número 7 de la Plaza de los Mesones, al lado del Mesón de la Dolores, donde las rondas pasarían cantando sus coplas. La placa decía: Aquí nació Sixto Celorrio, inspirado poeta popular. Amó siempre a Calatayud. Mereció lauros y glorias. Los niños de las escuelas nacionales depositaron flores al pie de la lápida.

            Luego se colocaría su retrato en la Galería de Bilbilitanos ilustres. El salón de sesiones del ayuntamiento estaba adornado. La presidencia la ocupaba el alcalde Bardají, acompañado por diputados, el arcipreste, el vicario general, Darío Pérez, Casañal y los hermanos de Sixto Celorrio. A un lado del estrado estaba el retrato del homenajeado, sobre un caballete con la bandera municipal. El secretario leyó el acuerdo municipal tomado, de colocar el retrato en el salón de sesiones. A continuación se leyeron las adhesiones a este homenaje, entre las que se encontraban las del maestro Marquina y Alcalá Zamora. Gaspar leyó unas cuartillas de Eduardo Ibarra, un romance de García Arista, Casañal leyó una composición y Cipriano Luis Aguilar, en representación de la Comisión del homenaje, leyó unas cuartillas alusivas al acto. Moyano tomó la palabra en nombre de la Diputación Provincial. Darío Pérez trató de la obra poética de Celorrio y su entronque con la de Marcial. Su musa había sido serena y plácida. Había sido poeta y ciudadano en activo. Y afirmó: Desde muy joven entró en la vida pública y fue político en la acepción honrada de la palabra, y la verdadera, que es la del sacrificio. Sixto había amado a su tierra sobre todas las cosas.

            A esa hora los comercios habían cerrado y los balcones lucían engalanados, en la trayectoria que había seguido la comitiva. En nombre de la familia, Ángel Celorrio agradeció este homenaje. Por la tarde se celebraría una velada necrológica en el Teatro Principal.

            Documentos consultados:

            Archivo Municipal de Calatayud, Libro de Actas del Ayuntamiento de Calatayud, 1923-1924, Sig. 163.