SOR MARÍA JOSEFA DE JESÚS

            El P. José Andrés (Ariza, 1614-1676), catedrático de Prima en el Colegio de la Compañía de Jesús de Zaragoza y calificador del Santo Oficio, publicó en 1676 un libro con largo título: Nueva maravilla de la gracia en la santa, y penitente vida de la venerable, y humilde hermana sor María Josefa de Jesús en la Religión, y María Navarro en el siglo, natural de Sabiñán, religiosa en la observancia de Nuestra Señora del Carmen en el convento de la Encarnación de Zaragoza. Una vez editado el libro, pronto llegó a Saviñán, causando sorpresa al verla con el título de virgen, porque sabían que había estado casada. Esta noticia llegó al P. Andrés y entonces envió a una persona a Saviñán, que encontró en los libros parroquiales la partida de defunción de su marido en el año 1614, donde dejaba heredera a su mujer María Navarro. Pero este hecho nada cambiaba la historia, que había recogido su confesor, Fr. Miguel Pérez de Artieda, que fue quien escribió Vida de la Virgen sor María Josepha de Jesús. En aquella visita también encontrarían su partida de bautismo el 6 de junio de 1589, a la que se añadió una nota: «Murió monja de la Encarnación en Zaragoza, murió en opinión de santa». María Navarro Vincueria era hija de Juan Navarro (+1592) y de María Vincueria (+1596). Al quedarse viuda debió marchar a Zaragoza, al servicio de Ana de Funes, mujer del caballero Juan Muñoz, que «estaban con su familia en tiempos en Sabiñán, por beneficiar la mucha hacienda que allí tenían».

            María Navarro eligió entrar en el convento de la Encarnación de Zaragoza, de carmelitas calzadas, como monja de obediencia, profesando en 1618 o 1619. Estaba en la cocina, fregando y barriendo. Sus familiares no lo vieron con buenos ojos, porque hubieran preferido que lo hubiera hecho como monja de coro en el convento de Miedes, que pertenecía a la Comunidad de Calatayud. Pero María Navarro prefirió hacerlo en este convento, que había sido fundado por Ana Carrillo, viuda de Pedro Gracia, y hermana del canónigo de La Seo, vicario general del Arzobispado y rector de la Universidad de Zaragoza, Martín Carrillo, que en 1616 sería nombrado abad de Montearagón. Fr. Valero Ximénez de Embún, prior del convento del Carmen fue a Valencia a elegir a cuatro monjas para fundar en Zaragoza. El 8 de julio de 1615 llegaron siete monjas, el 11 se consagró la iglesia y el 12 se solemnizó la fundación, celebrando la misa Martín Carrillo. Fue su primera priora sor Serafina Andrea Bonastre, cuya vida la publicó Fr. Raimundo Lumbier en 1675. Según el P. Faci, una vez llegadas las monjas de Valencia, pasarían a ocupar una casa sencilla con huerta en la plaza de Santa Engracia. Pasado un tiempo, la Provincia de carmelitas de Aragón, Valencia y Navarra compraría el sitio en el que hoy está el convento de la Encarnación, en la Puerta del Carmen. Ya en 1338 debió iniciarse el monasterio masculino carmelita de Ntra. Sra. del Carmen, cerca de la Puerta de Baltax o del Carmen. Cerca de este convento fundó Santa Teresa en 1588 el convento de carmelitas descalzas de San José, donde fue priora Francisca Muñoz de Pamplona, tía del cartujo Fr. Diego de Funes, de Saviñán.

            Ana Carrillo, que profesó en el convento de la Encarnación el 11 de julio de 1615,  aportó 2.800 escudos o libras, aportando también varios censales, que sumaban 2.000 sueldos. Con ella profesaron dos sobrinas suyas. Martín Carrillo también ayudó a la fundación de su hermana, aportando dinero y bienes.

            María Navarro eligió los nombres de la Sagrada Familia, pasándose a llamar sor María Josefa de Jesús. Dormía en una tarima o en el suelo, y hacía ayunos ordinarios, a pan y agua, los lunes, miércoles, viernes y sábados. Llevaba un cilicio como justillo, compuesto de «rallos de oja de lata, que mortificaban todo lo alto del cuerpo. Era su ceñidor una faxa eriçada con agudas puntas de açero», que le impedían doblar el cuerpo. También martirizaba el cuerpo «con variedad de cadenillas» y se «echava algunos garrotes, con cuerdas fuertes; y delgadas, que apretava con tal fuerza al tiempo que le embestía el Demonio». Los más de los días se quitaba lo mejor de la comida para darla a los pobres. En el convento juntaba multitud de lienzos, que deshacía para enviarlos al Hospital de Nuestra Señora de Gracia. En su celda tenía algunos libros, como los Trabajos de Jesús, que le había conseguido su confesor, las Meditaciones del Venerable P. Fr. Luis de la Puente y las obras de Santa Teresa de Jesús. Procuraba comulgar la última y pidió con lágrimas al Señor «que la llevase por penas, y no por regalos, ni exterioridades». «Pero Señor, añadía, pues esta vida no es para gozar, sino para padecer, sean grandes los trabajos; pero puros, y sin mezcla de gozo, sean mi vida y alegría, vivir siempre en Cruz con mi dulcísimo Jesús».

            Sor María Josefa de Jesús bajaba muy de mañana al coro a tener oración delante del Cristo, ante el cual tuvo un éxtasis de cuatro horas. Este Cristo Crucificado, que está en la entrada de la actual iglesia conventual y que anteriormente estuvo a la entrada del coro bajo antiguo, lo había traído sor Serafina Bonastre en 1615, según cuenta el P. Faci. Fue un regalo de doña Beatriz de Alagón. Sor Serafina pasaba ante Él muchas horas de oración y la madre sor Margarita Escobar fue muy devota también de esta imagen.

            A principios de 1625, Sor María Josefa de Jesús enfermó con unas «calenturas muy ardientes» y vómitos de sangre. El 9 de abril sor Juana Jerónima Carrillo escribía a su confesor: «No es el fuego de su enfermedad, sino el del amor de Dios el que más le abrasa, y el que es el alivio de todos sus males, y la tiene tan alegre con las esperanzas ciertas de llegar presto a la gloria». Sor María Josefa de Jesús falleció el viernes 18 de abril de 1625. El jueves había comulgado por viático y el mismo viernes se confesó y comulgó para ganar el Jubileo del Año Santo. La defunción se hizo al día siguiente, «aclamándoles todos por Santa, y pidiendo con ansias les diesen algo de que avia servido en vida para su consuelo, y veneración, que creció tanto, que hubo de repartir la madre Priora todos sus vestidos, y demás alaxas de su aposento, llevándose hasta lo más desechado como un gran tesoro». A su confesor, Fr. Miguel Pérez de Artieda, le dieron el crucifijo con el que solía dormir. Al final del libro se apuntaban unos hechos prodigiosos, que fueron considerados como milagros. Una nieta de la marquesa de Benavides sanó al pasarle por la cabeza el escapulario de sor María Josefa de Jesús. El mismo escapulario sirvió para dar leche a los pechos de una mujer que había sido madre y salud a numerosos enfermos. Otro tanto ocurrió con la aplicación de un corpiño, de una toca o de una camándula de sor María Josefa de Jesús.

            La priora sor Serafina Bonastre, en el libro de su vida, compuesto por Fr. Raimundo Lumbier, señalaba: «hemos tenido en nuestro Convento una Religiosa, que se llamaba sor María Josefa de Jesús, Religiosa de mucha santidad, y virtud, y aunque ella era muy cerrada en comunicar las misericordias, y favores, que su majestad le hacía, el Señor las manifestaba por otros caminos, y también la grande guerra, que el enemigo de la naturaleza humana le hacía, y las victorias que de él ganaba con mucha humildad, y obediencia». Murió el viernes 18 de abril de 1625, cerca de las tres de la tarde, hora en que Cristo había expirado, y ella solía encerrarse en su celda para acompañarle. «El día siguiente al que murió, estando yo en la oración, y rogando a nuestro Señor por ella, vi con los ojos del alma, que estaba la dicha Religiosa con muy grande júbilo, recostada en el pecho de Cristo Nuestro Señor. Yo tuve singular gozo en mi alma de ver el de mi hermana, y también colocada, la qual para darme parte de la gloria, que gozaba, me saludó con grandes muestras de amor». La priora sor Serafina aún la llegó a ver varios días más.

La iglesia barroca del XVIII, que sufrió mucho en los Sitios (1808-1809), y el convento de finales del XIX fueron derribados a comienzos de 1960, para hacer una reordenación urbana. El nuevo convento de la Encarnación se debe al arquitecto Eduardo Lagunilla (1962-1965).

            Francisco Tobajas Gallego, Enebro, Saviñán, nº 81, 2014.

 

LIBRO DEL P. JOSÉ ANDRÉS, 1676.  CONVENTO DE LA ENCARNACIÓN, ZARAGOZA.

PARTIDA DE BAUTISMO.
FOTOGRAFÍA: FRANCISCO TOBAJAS GALLEGO